Apasionada por la noche enmascarada, me adentre en la fiesta
de las mil caras y todas falsas. No
buscaba nada, simplemente pasar una buena noche bailando hasta la madrugada. Entré en un garito y no pase desapercibida
por nadie. Incluso ni para ese hombre molesto del top manta, que lo reconoces enseguida, por su
abrigado atuendo de mil y un sombreros
en la cabeza, abrazando un montón de rosas rojas, entre horteradas brillantes que le dan de
comer. Como una azafata en pleno vuelo
quiere que le compres siempre algún artículo, que nunca llega a casa de una
sola pieza.
Dentro de un pub me miró pero
acto seguido no me señaló su mercancía. Pensé que no me había visto aunque eso era
imposible, pero al menos me había
librado de contestar con una negativa.
Seguí disfrutando de la noche, pasando de antro en antro. Viendo a mucha gente que hacía tiempo que no
veía, por no coincidir en ningún evento
o falta de tiempo de hablarles.
Estaba tan bien y en un momento tan mal, que los buenos
sentimientos se convirtieron en un concentrado de hostilidad. Cuando me di
cuenta que a mi lado apareció ese hombre ambulante y sus intenciones iban más allá de vender
una retranca, que le daba de comer. En ese momento, recordé que lo vi toda la
noche entre la multitud a donde iba.
Interiormente enseguida sentí un ambiente
muy tenso, aunque me intentaba auto convencerme de que era todo producto de mi
imaginación y del alcohol.
Seguí como si no
hubiera percibido nada. Para relajarme decidí irme a la barra a pedir
algo. Esperando mi turno en la barra,
contemplé a la gente que me acompañaba. En la escena comprobé que me equivocaba con
aquél vendedor de chatarra. Él no me
acosaba a mí, sino a otra del grupo. Vi como la agarró como si fuera un
objeto, la arrastró con fuerza hasta la
entrada del chiringuito dónde estábamos.
Ella estaba asustada, intentaba
soltarse de él, miraba a todo el
mundo, como aquél animal que va entrar a
la consulta del veterinario y gritaba,
pero la música del ambiente
superaba sus decibelios. A pesar del
camuflaje atmosférico, todos como yo, se
dieron cuenta de lo sucedido porque lo vi en sus caras.
Rápidamente antes de que abandonaran el garito y ver la
indiferencia de todos, sin pensar nada, fui como una leona a por ese tipo. En sus ojos vi una
satisfacción perversa, sin dudarlo lo
cogí violentamente de donde pude agarrarlo. Sin contemplaciones y sin soltarlo
le dije que soltará a mi amiga. La de
dejó y se fue sin más. Enseguida la
abrace, sin pensarlo le dije que ya
había pasado.
Lo peor de lo sucedido es que aquella noche se me cayó el
mundo encima defeccionándome mucho de la
sociedad. No por lo que pasó, sino por la
pasividad de todos los presentes que contemplaron la misma escena y decidieron poner la otra mejilla. Porque luego, sí que fueron a preguntar lo sucedido. Desde entonces me preguntó de qué sirve identificar una situación de
abuso, si no se actúa. Por qué
tanta lucha legal y reivindicación, si el día a día decidimos no cambiar las injusticias con nuestros
actos. ¿Los principios están tan huecos
que solo sirven para modelar?
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