miércoles, 14 de febrero de 2018

KARNAVAL ROCKANVOLESCO

Apasionada por la noche enmascarada, me adentre en la fiesta de las mil caras y todas falsas.  No buscaba nada, simplemente pasar una buena noche bailando hasta la madrugada.  Entré en un garito y no pase desapercibida por nadie.  Incluso ni para  ese hombre molesto del  top manta, que lo reconoces enseguida, por su abrigado atuendo  de mil y un sombreros en la cabeza, abrazando un montón de rosas rojas,  entre horteradas brillantes que le dan de comer.  Como una azafata en pleno vuelo quiere que le compres siempre algún artículo, que nunca llega a casa de una sola pieza.

Dentro de un pub me miró pero  acto seguido no me señaló su mercancía.  Pensé que no me había visto aunque eso era imposible, pero al menos  me había librado de contestar con una negativa.  Seguí disfrutando de la noche, pasando de antro en antro.  Viendo a mucha gente que hacía tiempo que no veía,  por no coincidir en ningún evento o falta de tiempo de hablarles.

Estaba tan bien y en un momento tan mal, que los buenos sentimientos se convirtieron en un concentrado de hostilidad. Cuando me di cuenta que a mi lado apareció ese hombre ambulante  y sus intenciones iban más allá de vender una  retranca, que le daba de comer.  En ese momento, recordé que lo vi toda la noche  entre la multitud a donde iba. Interiormente enseguida sentí  un ambiente muy tenso, aunque me intentaba auto convencerme de que era todo producto de mi imaginación y del alcohol.
Seguí como  si no hubiera percibido nada. Para relajarme decidí irme a la barra a pedir algo.  Esperando mi turno en la barra, contemplé a la gente  que me acompañaba.   En la escena comprobé que me equivocaba con aquél vendedor de chatarra.  Él no me acosaba a mí, sino a  otra del grupo.  Vi como la agarró como si fuera un objeto,  la arrastró con fuerza hasta la entrada del chiringuito dónde estábamos.   Ella estaba asustada, intentaba  soltarse de él,  miraba a todo el mundo, como aquél animal que  va entrar a la consulta del veterinario y gritaba,  pero  la música del ambiente superaba sus decibelios.  A pesar del camuflaje atmosférico, todos como yo, se dieron cuenta  de lo sucedido porque lo vi en sus caras. 

Rápidamente antes de que abandonaran el garito y ver la indiferencia de todos,  sin pensar nada,  fui como una leona  a por ese tipo. En sus ojos vi una satisfacción perversa, sin dudarlo  lo cogí violentamente de donde pude agarrarlo. Sin contemplaciones y sin soltarlo le dije que soltará a mi amiga.  La de dejó y se fue sin más.  Enseguida la abrace, sin pensarlo le dije que  ya había  pasado.

Lo peor de lo sucedido es que aquella noche se me cayó el mundo encima  defeccionándome mucho de la sociedad.  No por lo que pasó, sino por la pasividad de todos  los presentes que  contemplaron la misma escena y  decidieron poner la otra mejilla.  Porque luego,  sí que fueron a preguntar lo sucedido.  Desde entonces me preguntó  de qué sirve identificar una situación de abuso,  si no se actúa.   Por qué  tanta lucha legal y reivindicación, si el día a día decidimos  no cambiar las injusticias con nuestros actos.  ¿Los principios están tan huecos que solo sirven para modelar?




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